El Valle de los Naranjos, un rincón de Mallorca inmortalizado por Rusiñol
Santiago Rusiñol, figura clave del modernismo catalán, buscaba en sus viajes lugares que capturaran la esencia de la luz y la naturaleza.

Mallorca, con sus paisajes de ensueño y su luz inconfundible, ha sido durante siglos fuente de inspiración para artistas y viajeros. Sin embargo, el auge del turismo ha transformado drásticamente la isla, modificando su fisonomía y la vida de sus habitantes. A principios del siglo XX, cuando el pintor Santiago Rusiñol visitó la región, encontró un lugar donde la naturaleza y la vida cotidiana se entrelazaban de manera armoniosa. Su visión de este paisaje quedó plasmada en La Vall dels Tarongers. Biniaraix (Mallorca), una obra que hoy se conserva en el Monasterio de Montserrat, en España.
Un paraíso de luz y color
En 1901, Rusiñol llegó a Mallorca y quedó cautivado por la belleza del Vall dels Tarongers o Valle de los Naranjos, ubicado en la Sierra de Tramontana. En aquel entonces, la región de Sóller vivía de la exportación de naranjas, un comercio que floreció durante el siglo XIX y llevó su producto a toda Europa. Las huertas repletas de árboles frutales creaban un tapiz dorado y verde que, bañado por el sol mediterráneo, ofrecía un espectáculo único.
La visión de Rusiñol
Santiago Rusiñol, figura clave del modernismo catalán, buscaba en sus viajes lugares que capturaran la esencia de la luz y la naturaleza. En esta obra, de 98,5 x 124 cm y realizada al óleo, plasmó el paisaje con colores cálidos y un aire casi bucólico. Al fondo, el pequeño pueblo de Biniaraix se integra armoniosamente con el entorno, reflejando una paz que contrastaría con el futuro de la isla.
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El Valle de los Naranjos ha cambiado drásticamente desde los tiempos de Rusiñol. La explotación agrícola cedió terreno a la llegada masiva de turistas y a la especulación inmobiliaria. Hoy, la imagen idílica de antaño ha sido sustituida por el desarrollo urbano y la presión del mercado turístico. Sin embargo, la belleza del lugar sigue presente en la obra de Rusiñol, quien logró inmortalizar un rincón de Mallorca en su estado más puro, antes de que la modernidad lo transformara para siempre.
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